Crónica para vivir
Esta
crónica arranca cuando a mí me arrancan de mi lugar, cuando mis primos me
abusan.
[¿Me
violan?
¿Cuándo hay penetración me violan, no?
Bueno, me violan]
Muere
mi inocencia
paso
mi vida
atravesado
por una máscara:
de masculinidad incómoda.
Ahí
arranca mi crónica.
Unos
20 años después.
Mentira,
arranca antes.
Me despierto de un sueño, lo veo
clarito, realice 3 años de terapia y un día me levanto pensando en ese momento.
Nos vamos al terreno abandonado a una cuadra de la casa de mi abuela en La
Silleta, con árboles de Sereno. Que ironía, todos serenos a nuestro alrededor.
Inventan un “juego”, en donde si yo quiero ser el jefe del grupo tengo que
hacer algo con ellos. No me dicen que, o no recuerdo, de repente sucede y me
empiezan a penetrar. No recuerdo porque no quiero recordar mi edad, pero
claramente no me había desarrollado sexualmente. No deseaba, no espejaba si eso
era algo horroroso, vívido, fatídico. Acabaron, se cansaron, no sé. Me quede
con los ojos compungidos y mi humanidad a la deriva. Después siguieron, me
proclamaban señor feudal, capitán, director, jefe, mandamás. Después tampoco
sé, corte el recuerdo.
Esta crónica inicia cuando me
separo e intento vivir relaciones abiertas. Cuando busco zarpar la monogamia en
un océano de patriarcado, con la piel del abuso y el género de abusador (hombre
blanco profesional racional inteligente prepotente), con un mar de
instituciones éticas-morales pululando alrededor, que quieren marcar mi agenda,
mi género, mi sexo, mis sueños, mi vida.
Esta crónica me encuentra
queriendo vomitar poesía, esa poesía que me hace correr como un río y entonces
la realidad es algo dable, manipulable, que puedo hacer jugar y volar por los
aires. Me encuentra con poemas para agradar, agasajar y los poemas tétricos,
oscuros, en donde no cuido al lector y simplemente discurro hasta encontrar una
idea/acción/emoción/piel que me devuelva a flote.
Esta crónica. Siempre esta
crónica, porque es el lenguaje moderno, que permite hilvanar algo continuo en
este caos de simbolismos, maremágnums de significados, muerte, violencia,
rabia, depresión que nos rodea, que nos quieren imponer a fuerza de miedo, sesgo
y prejuicios.
Este texto se para y dice basta,
yo esto no lo quiero más.
Y abre la pregunta filosófica, ¿entonces
qué?
Esta crónica rompe en llanto y
espanto cuando agrietan mí brújula sensorial, pierdo de vista que “deseo luego
existo” y caigo en la trampa moderna del “pienso luego existo”; me encuentro
asediado entre una parte de la familia que me abusa, referentes culturales/políticos
caretas*, hordas de gente indiferente y millones de ego-amiguismos, quioscos
que rebalsan por doquier en las instituciones sociales.
Justo en el medio de todo se
empieza a resquebrajar mi razón y es ahí cuando aflora la emoción. Me doy
cuenta que no soy puro pensamiento y empiezo a horadar mis sentimientos, mis
recuerdos. Y se vuelve siempre claro el abuso, mis primos, los serenos… de
haberlo tapado con mil cosas, sucesos, destellos, culpa, negación, clara
obstinación.
Esta crónica me encuentra
volviendo a la caricia del hogar materno, desencontrándome con mi viejo. Estallando
vínculos con varones violentos, armando grupos de varones que quieran desafiar
la camisa de fuerza que el patriarcado nos ha tendido y poder ir a otras formas
más sensibles, humanas y tiernas de ser hombres.
Click
Una de mis compañeras fuertes,
que elijo y me elige para relacionarnos, enroscarnos, latirnos, desentrañarnos,
estar, me dice:
.- Algo te pasa con
los varones, ¿vos no querés ser varón?
.- No.
Y en realidad no es que no quiera
ser varón, no quiero ser esa clase de varón, el hijo sano del
patriarcado, que pasa, se regodea sin miedo, se mide la pija, se pasea en cuero*.
No quiero, ya te vi, ya estuve allí, todavía sigo despellejándome la piel para
dejar de habitarte.
Mi hijo el Andante
Ser varón hace un salto en mi vida
cuando, sin querer serlo, me toca ser padre, y es la experiencia más fuerte con
respecto a un amor incondicional y desinteresado, convirtiéndose mi hijo en un
maestro, enseñándome a amar sin prejuicios, a cuidarlo/me física, y
afectivamente, con un “sana sana”*, un cuento antes de dormir, adivinanzas a la
hora de comer para surfear las pantallas, a llorar sin problema, a tener sin
poseer y a reír con tantas ganas que algunas veces siento que la vida me queda
corta.
De repente un día estamos
sentados en la mesa familiar: madre, abuela, padre, mi hijo y yo, es él quien
toma la palabra. Se dirige a las mujeres de la mesa y les dice: “ustedes pueden
escuchar”. Y le habla a mi padre explicando con una pausa y cadencia que nos
deja atónitos. Le dice:
.-
Los machos no existen
.-
Y si no existen los machos, ¿qué somos?
.-
¡Personas!
De la palabra brota vida
Reverbera en versos cuando imagino
cuentos, me vuelvo un poco niño, y le tengo que explicar del amor libre a mi
hijo, de sus partes íntimas, de nuestras adivinanzas. De la muerte misma,
propiciada por este virus-coronita*, de las personas que nos rodean: la gran
mayoría tambalean, se aíslan y vuelven, otras simplemente desmejoran, perecen y
desaparecen. Al estar cancelados los velorios, dejan en el aire, como dijera
Lemebel, una atmósfera a muerte que tiñe y empaña nuestros horizontes.
Esta crónica se (des)confina
cuando las fábricas se quedan quietas, cuando la ciudad enmudece; cuando ve la
luz más allá del horror y la lástima derramada por preceptos horribles agitados
en corazones púberes que se definieron hijos sanos del patriarcado sometiéndome.
Las marcas de la cultura del abuso ¿qué espacio de humanidad nos deja?
Emerge la palabra como arma
sanadora, reparadora, que permite nombrar el horror, mencionar y proyectar todo
el amor que falto, todos los cuidados familiares que no se dieron, toda la ESI*
ausente por esos cuentos de mierda de la cigüeña, o el de la semillita, por el
pudor imbécil de no mencionar las cosas por su nombre: pene, vulva,
penetración, deseo, consentimiento.
Es la palabra, camina firme,
dándome aliento, para adentrarme en mí, para llegar a vos, para decirle nunca
más a ellos y para conformar un nuevo nosotros.
Esta crónica me arde en las
manos, cumple su misión si es un faro que ilumine la desigualdades y violencias
que nos habitan y atraviesan, para todas esas personas que todavía tienen culpa
y callan como si fuera responsabilidad de ellas las atrocidades que nos
hicieron.
Regreso a la Silleta, vuelvo al terreno sereno, con mi hijo de la mano. Sin
saber si yo lo llevo a él o él me lleva a mí, miro uno por uno de mis primos a
los ojos y les digo: “su juego termino, el silencio se rajó, su reino bochornoso
y decrépito se cae a pedazos”.
Vuelvo a ese varón niño sin edad
que me habita, le hago sana sana, me encuentro con él… ahí (aquí) esta, me
agradece, escribe está crónica conmigo, reparándose a través de las palabras y,
a pesar del dolor recibido, amándose.
AguaArdiente 15.10.2020
Agustín Pérez Marchetta
Glosario:
Caretas:
personas que mantienen una fachada más progresista/benévola de lo que realmente
son. El término refiere a las caretas, máscaras, que utilizan las personas para
presentarse en sociedad, ocultando el verdadero ser.
En
cuero: hombre con el torso desnudo.
ESI:
educación sexual integral.
Sana
sana: expresión que refiere al momento cuando un niño se cae o lastima, se
empieza a cantar “sana sana, colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana”
acariciando el lugar donde ocurrió el golpe o la contusión para calmar el dolor.
Virus-coronita:
covid19
las lecturas amorosas y profundas de Yanina Domínguez y Jacqueline Manoff del poema “Proyecto Hombre” y de “Crónica para Vivir”, esta última con arte de Tapa de Sol Gimeno y edicion de Fernanda Salas, Killa Producciones.
Crónica presentada en el encuentro latinoamericano de cronistas La Tibia Garra Testimonial, Crónicas (des)confinadas 2020, UNSA